Cristina Martín Puente, profesora de latín de la Universidad Complutense de Madrid, me ha recordado unas palabras de Catón que considero interesante compartir para que reflexionéis respecto a su ¿a-temporalidad?.
(Marco Porcio Catón [Tusculum 234 a. C. - 149 a. C.] fue político, escritor y militar romano apodado El Censor. Como censor, Catón se distinguió por su conservadora defensa de las tradiciones romanas)
https://commons.wikimedia.org/wiki/File: Marco_Porcio_Caton_Major.jpg |
"Ex templo simul pares esse coeperint, superiores erunt".
"Tan pronto como hayan empezado a ser iguales, serán superiores".
Estas son las Palabras de Catón a las que me refiero:
La verdad, he sentido cierto rubor cuando
hace poco he llegado hasta el foro por entre un ejército de mujeres.
Y si, por
respeto a la dignidad de cada una en particular mas que de todas en conjunto,
no me hubiese contenido por reparo a que se dijese que el cónsul les había
llamado la atención, les habría dicho: “¿Qué manera de comportarse es esta de salir en publico a la carrera,
invadir las calles e interpelar a los maridos de otras? ¿No pudieron hacer este
mismo ruego en casa cada una a su propio marido? ¿O es que son mas convincentes
en público que en privado, y con los extraños mas que con los propios? Y eso
que, si el recato contuviera a las matronas dentro del ámbito de sus propios
derechos, ni siquiera en sus casas deberían ocuparse ustedes de qué leyes se
aprueban o se derogan acá.” Nuestros mayores quisieron que las mujeres no
intervinieran en ningún asunto, ni siquiera de carácter privado, mas que a través de un representante legal; que estuvieran bajo la tutela de sus
padres, hermanos o maridos. Nosotros, si así place a los dioses, incluso les
estamos permitiendo ya intervenir en los asuntos públicos y poco menos que
inmiscuirse en el foro, en las reuniones y en los comicios. Porque, ¿qué otra cosa
hacen por calles y cruces sino influir en la plebe a favor de la propuesta de
los tribunos y manifestar su criterio de que la ley debe ser derogada? Ustedes
sueltan las riendas a una naturaleza indisciplinada, a un animal indómito, y
esperan que ellas mismas pongan coto a su desenfreno. Pues, si ustedes no lo
frenan, esta será sólo una pequeñísima muestra de lo que, impuesto por la
costumbre o por las leyes, soportan las mujeres a regañadientes. Lo que ellas
añoran es la libertad total, o más bien, si queremos decir las cosas como son,
el libertinaje. Y si en esto se salen con la suya, ¿qué no intentaran
después? Miren todas las leyes referentes a la mujer con las que nuestros
mayores pusieron freno a su incontinencia y la sometieron a su marido; aun
constreñidas por todas esas leyes, nosotros a duras penas podemos dominarlas.
Si dejamos que deshagan una por una esas ataduras y nos las arranquen de las
manos, equiparándose completamente a sus maridos, ¿creen que podremos
aguantarlas? No. Porque desde el momento mismo en que comiencen a ser iguales,
serán superiores.
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